Mensaje Pascual 2016: «El amor es más fuerte»

Fresco at Monastery of Saint-Antoine-le-Grand
El descenso de Jesús al lugar de los muertos. El Resucitado vacía todos los sepulcros del Hades, porque ha triunfado sobre la muerte

Hace poco me tocó presidir las exequias de una persona joven, que murió al cabo de una penosa enfermedad.

Conociendo su vida, dos cosas me vinieron al corazón a la hora, siempre difícil, de pronunciar la homilía: los que estamos aquí hemos conocido -decía entonces- una vida probada por el sufrimiento que, sin embargo, logró ser terreno fértil para dar y recibir amor. El amor fue más fuerte. El sufrimiento no desembocó en resentimiento, sino en una enorme y muy humana capacidad de amar y dar vida.

¡Qué misterio es la vida del ser humano! En cada uno de nosotros conviven y luchan entre sí fuerzas diversas. En ocasiones, todo parecería anticipar lo peor, y termina despuntando lo más bello y noble.

Alguien dijo alguna vez que el sufrimiento de los inocentes es la “roca fuerte del ateísmo”. ¿Cómo creer en un Dios bueno, sabio y providente al caer en la cuenta del inmenso dolor de la humanidad?  No hay palabras suficientes para acallar estos interrogantes, u otros que se despiertan en la conciencia que comprueba el poder abrumador del mal en el mundo. Creo que era Guardini el que, al final de su vida, decía que, si llegaba al cielo, tenía muchas preguntas para hacerle a Dios.

Mucho antes, los orantes de la Biblia, en los salmos, aprendieron ya a desahogar sus corazones en medio de la prueba ante el mismo Dios de la vida y la alianza: “¿Por qué Señor, todo esto? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo, Señor?”” (cf. Salmo 12).

Pero también es cierto que, en medio de las más grandes injusticias y sufrimientos, el ser humano es capaz de belleza y de bondad.

¿No lo hemos visto en las imágenes terribles que nos llegan de los desesperados que cruzan el Mediterráneo y en los humanísimos gestos de los voluntarios que los esperan en la orilla para darles una mano? ¿O en esa mamá que daba a luz en un campamento de refugiados conmoviendo a toda Italia?

Siempre que pienso en estas cosas, me viene a la memoria el relato que una vez leí de una mujer que, con su niño en brazos, y después de un furioso bombardeo, al salir del refugio antiaéreo mira hacia el cielo y logra distinguir el resplandor lejano de una estrella. Esa visión fue suficiente para elevar una plegaria y, así, recobrar fuerzas para luchar por la vida del hijo que apretaba a su corazón. Ahí estaba Dios, alentando la esperanza que se abre paso en medio de la destrucción.

La capacidad de esperanza que habita en el corazón humano es inagotable y siempre sorprendente. Basta un rostro amable para despertarla en el corazón más endurecido.

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La muerte y resurrección del Señor que estamos celebrando tiene que ver con todo esto. La Pascua es, a la vez, respuesta y sorpresa para  los anhelos que llevamos dentro.

Tanto la pregunta angustiosa por el sufrimiento, como la insobornable capacidad de esperanza tienen cabida en el corazón del discípulo de Jesús. Forman parte de nuestra experiencia de fe.

Un cristiano -como María- deja que ambas maduren en su corazón. Eso sí, abierto a Dios, a su capacidad de hacerse cargo de lo que hay en el hombre, y de introducir la novedad allí donde todo parece ser caduco y sin sentido.

El sepulcro vacío que las mujeres descubrieron la mañana del tercer día es el signo visible que nos provoca a la fe, pues nos invita a ir hasta el fondo de nuestras preguntas y de nuestras esperanzas.

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¡Cristo ha resucitado! ¡La muerte ha sido vencida! ¡Tenemos esperanza! Sí, hermanos, el amor es más fuerte. Siempre lo será. Viene de Dios que es amor. Así se ha manifestado en la Pascua de su Hijo Jesucristo.

En la más humilde y pobre iglesita del mundo, tanto como en la catedral más imponente, este es el mensaje que resuena, se hace canto y se convierte en fuerza para vivir y luchar por la vida, para estar al lado del que sufre y espera.

Permítanme entonces que se lo diga a cada uno: «Amigo: el amor es más fuerte. Cristo vive y reina. Es Pascua. Ponete de pie, porque así te quiere Dios. Abrí tu corazón a todo lo que es justo, noble, bueno y bello. Tendé tu mano a quienes esperan un rostro amigo que les ayude para seguir caminando. Sí, hermano, el amor es más fuerte. Hoy volvemos a cantar Aleluya».

A todos ustedes, queridos amigos y hermanos, mis deseos de una muy feliz Pascua de Resurrección.

+ Sergio O. Buenanueva

obispo de San Francisco