En su primera homilía como obispo de Roma ante los cardenales que acababan de elegirlo, el Papa Francisco habló de tres verbos “de movimiento” que aparecían en los textos bíblicos de la liturgia de aquel día.
Los verbos eran: caminar, edificar y confesar.
De esa breve y jugosa homilía, quisiera solo transcribir este párrafo:
«Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona. Nos convertiríamos en una ONG de piedad, pero no en la Iglesia, esposa del Señor. Cuando no caminamos, nos detenemos. Cuando no se construye sobre la piedra ¿qué cosa sucede? Pasa aquello que sucede a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena, todo se desmorona, no tiene consistencia. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene la frase de León Bloy “Quien no reza al Señor, reza al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.»
A lo largo de estos tres años, hemos entrevisto lo que significan estos tres verbos. No siempre con claridad meridiana, si eso realmente existe en un cuerpo vivo como el de la Iglesia en medio de un mundo tan complejo como fascinante.
Pero, precisamente, de eso se trata: de una Iglesia, cuyo dinamismo interior es el movimiento que proviene del viento que no se ve de dónde viene ni a donde va, del Espíritu de Jesucristo que es su alma profunda.
Coincido con el padre Spadaro que ha dicho que Francisco, “más que un papa de actos es un papa de procesos”.
Francisco ha puesto en marcha una serie de procesos que paulatinamente, y no sin dudas, miedos e incluso incoherencias, nos están involucrando a todos los que estamos llamados a caminar los caminos de Dios, a edificar su Iglesia y a confesar a Jesucristo Salvador.
Siguiendo sus pasos (en los viajes que ha hecho, por ejemplo) se puede comprender un poco mejor cómo Francisco camina, edifica y confiesa a Jesucristo.
Un punto clave de referencia es su sensibilidad para estar allí donde las heridas del mundo están abiertas y sangrantes: de Lampedusa, al muro que separa a palestinos y judíos, pasando por la frontera que divide EEUU y Méjico, o la martirizada Banghi.
De hecho, eligió pasar este tercer aniversario de su elección con algunas personas indigentes de Roma.
En esas fronteras, en esas periferias y en la vida de esos hermanos, Francisco “toca la carne de Cristo”, como le gusta decir. Ahí camina, edifica y, sobre todo, confiesa la fe en Jesucristo.
Ese es el estilo de “Iglesia en salida” que vivió aquí en Argentina y América latina y que, ahora como obispo de Roma, está animando por todas partes.
Un estilo que tiene en la “misericordia” otra de sus palabras claves.
* * *
Aquí, en Argentina, intentamos leer la compleja figura del Papa Bergoglio desde el horizonte de nuestras preocupaciones domésticas, tan reales como parciales. Es también un riesgo: reducir y empequeñecer; incluso manipular esa figura, llevando agua para el propio molino.
¿Podría ser de otro modo? En buena medida, creo que no. Porque argentinos somos nosotros y lo es también él.
Además, él mismo, por biografía, formación y opciones, ha querido ser y es un protagonista ineludible de nuestro caminar como sociedad y como pueblo. Francisco es hijo de esta tierra y de esta Iglesia católica concreta, con sus luces y sus sombras, con su pasado y sus aperturas al futuro.
Ese realismo para interpretar su persona, su ministerio y su influencia en nuestra vida como Iglesia y como país, a los católicos nos plantea también la exigente tarea de mirar las cosas con los ojos iluminados por la fe eclesial que compartimos.
Al Papa le pedimos que confirme la fe de los apóstoles para que la vivamos plenamente y en toda su riqueza, en las circunstancias concretas de lugar y de tiempo que la Providencia nos ha regalado.
No podríamos pedirle que nos dé recetas para los problemas que nos aquejan, sobre todo los que tenemos que buscar con creatividad, a conciencia y con esa libertad que las personas y los pueblos han de ejercer para madurar en humanidad.
¿Qué nos dice el magisterio vivo de Francisco a nosotros? ¿Qué significa para las comunidades cristianas y para los católicos argentinos esta invitación a caminar, edificar y confesar a Jesucristo en el hoy de nuestra Argentina? ¿Cómo miramos el futuro desde nuestra fe?
Le damos gracias a Dios por el Papa Francisco. Por el aire fresco que el Espíritu está insuflando en toda la Iglesia a través de su siervo Francisco. Rezamos por él, porque lo pide con insistencia, y porque lo sentimos como nuestro primer deber de buenos hijos: rezar por Pedro, su fe y su misión apostólica.
Pero también le pedimos a Dios que, a cada uno de nosotros (pastores, laicos y consagrados) nos dé la misma lucidez y valentía evangélica para involucrarnos como adultos en la fe en este camino de edificación y confesión que Francisco está animando en toda la Iglesia.
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