Me han pedido una aclaración del sentido del Tweet que escribí ayer sobre la pastoral familiar. Decía así: «La pastoral familiar es, cada vez más, una contracultural pastoral de profecía: anuncia algo nuevo y diferente».
Puedo decir lo que sigue.
De cara a la mentalidad y cultura dominantes, pero también de todo un cuerpo de leyes que se va difundiendo, tanto en nuestro país (por ejemplo, el nuevo Código Civil y su derecho de familia) como en otras latitudes, el mensaje cristiano se hace cada vez más profético, en el doble sentido de anuncio y denuncia.
Anuncia la buena noticia del amor humano y la familia, fundada sobre la unión y donación recíproca del el varón y la mujer en el matrimonio. La vocación al amor está inscrita en el ser mismo del varón y la mujer (alma, cuerpo y espíritu). Es su verdad.
En Cristo esta verdad ha sido llevada a su pleno cumplimiento y plenitud. Es la verdad que custodia y expresa el sacramento del matrimonio, por el que los esposos llegan a ser signos visibles del amor y la pascua de Jesucristo.
De cara a la mentalidad dominante, esta verdad se ha vuelto verdaderamente novedosa, tanto porque cultura y leyes consagran modelos de relación líquidos y frágiles, individualistas y muy lejanos del humanismo cristiano, pero mucho más porque, en sí mismo, el amor humano santificado por Cristo participa de la novedad misma del Evangelio.
Es Evangelio. Es, y siempre será, luz que ilumina, atrae y conquista los corazones.
No puede ser anunciado sino con la propia vida transfigurada, sin prejuicios y con una alegría desbordante. ¿Podría anunciarse el amor absoluto de Dios en Cristo de otro modo? Ese es el amor al que están llamados los esposos, con toda la fragilidad y límites de la condición humana.
Por lo mismo, es también denuncia, pues el cristianismo nunca podrá ser asimilado del todo a la cultura. Siempre habrá tensión entre el evangelio y la cultura, la fe y las formas de vida asumidas por las sociedades. Unas mismas palabras («matrimonio» y «familia») no dicen lo mismo en el Catecismo que en el Código Civil.
Intentamos que esa tensión sea lo más constructiva posible, evitando la contradicción por la contradicción misma, pero también sabiendo que somos portadores de un mensaje de salvación a un mundo pecador (que pasa por nuestro corazón) y que, por lo mismo, siempre será signo de contradicción.
Esto nos obliga a un fino discernimiento de los valores presentes en la cultura, también bajo la forma de estilos de vida o de ideas que no terminamos de compartir, tanto como de una presentación serena y franca de la verdad del evangelio.
La Iglesia ha de apelar siempre a la conciencia y a la libertad de las personas. Esta es la gran fortaleza de su acción pastoral, especialmente en medio de las circunstancias más adversas e incluso hostiles. Es testimonio («martiría»).
Es también su gran «debilidad», porque la Iglesia no puede darse el lujo de imponer por medio de la coacción (política, por ejemplo) la verdad que ha recibido para testimoniar. Esa debilidad es expresión del estilo mismo de Jesús que, de esa forma (con su amor humilde y manso), quiso levantar a la humanidad.
En las actuales circunstancias de caída de los valores del matrimonio y la familia, esta actitud de fondo es, para mí, una clave fundamental de la pastoral familiar.