Acción de gracias por el año pastoral 2015

12166840_959169090814130_989601081_nLa Navidad, año tras año, nos invita a mirar a Jesús y preguntarnos, también una y otra vez, quién es realmente y qué significa para nuestra vida.

El relato evangélico y la fiesta de hoy -los Santos Inocentes- nos ofrecen una perspectiva muy concreta para buscar esas respuestas: a Jesús, prófugo con María y José, no se lo puede comprender sin llorar la suerte de los inocentes de todos los tiempos que han sido y son víctimas de las infinitas formas de injusticia de que somos capaces los seres humanos.

Pienso en la figura de Aylan Kurdi, el nene sirio de tres años que parecía dormir en las playas griegas. Un icono que recoge y visibiliza todos los dramas que avergüenzan a nuestro tiempo: de la pobreza, el narco y la trata hasta el aborto, la indiferencia del consumo o la violencia intrafamiliar.

La persona de Jesús, el cordero inocente entregado en manos de los pecadores, resulta incomprensible si no lo vemos en ese horizonte que es el sufrimiento de la humanidad.

Él mismo ha sido víctima inocente del pecado. Pero, por encima de todo, Él es el Resucitado que ha vencido la muerte, el odio y la injusticia.

Es el Salvador.

“Dios es luz, y en Él no hay tinieblas” (1 Jn 1,5), nos dice San Juan, casi como en un contrapunto a tanta oscuridad que parece acompañar el camino de los hombres a lo largo de la historia.

A esa luz nos volvemos, nosotros que, esta tarde, nos hemos reunido para agradecer el intenso año pastoral 2015 que hemos vivido como Iglesia diocesana de San Francisco.

Esa luz ha iluminado nuestra vida. Por ella damos gracias.

A lo largo de este año hemos tratado de comprender un poco más la obra de Dios en nuestra tierra.

“Gracias por tu siembra” ha sido nuestro lema.

El Plan de Pastoral que está ahora madurando busca recoger esa experiencia de luz y de gracia, transformándola en proyecto evangelizador y misionero.

La experiencia cristiana es genuina porque es un encuentro con Jesús que, lejos de instalarnos en un consuelo fácil y adormecedor, nos inquieta, nos desinstala; nos acostumbra a no conformarnos con respuestas fáciles; nos invita a buscar, a preguntar y repreguntar.

¿Qué quieres de nosotros, Señor? ¿Quién eres Tú que así cruzas el camino de nuestra vida poniendo en riesgo todas nuestras seguridades, las que, por eso, se revelan falsas, inauténticas o engañosas, pero también las más sólidas y legítimas?

El Plan de Pastoral recoge y expresa algo muy profundo de nuestra experiencia cristiana: el encuentro con Jesús que ha sido para cada uno de nosotros, como para toda nuestra diócesis, una llamada y una misión.

Me has mirado y me has amado. Desde entonces, Señor, no he podido sino vivir desde esa mirada y desde esa llamada.

No podemos olvidarnos de Jesús, porque lo traicionaríamos a Él y seríamos terriblemente infieles con nosotros mismos.

Pero tampoco podemos olvidarnos de los “santos inocentes” con los que Él se identifica y a los que nos sigue enviando para llevar su paz, su libertad y su vida.

Sabemos que -como Moisés, Pablo y tantos otros- para ellos ha sido pronunciado nuestro nombre y a ellos somos enviados, con el sacramento de nuestra pobre humanidad.

Permítanme, como obispo diocesano, que pueda darle gracias a Dios por su obra de misericordia, de llamada y misión cumplida entre nosotros.

Gracias, Señor, por la vida entregada de tantos evangelizadores enamorados de tu Persona y entregados sin reservas al servicio de sus hermanos.

Gracias porque las inspiraciones de tu Espíritu han encontrado cauce en tantos corazones generosos, que también saben de resistencias y opacidades, pero que, como aquel hijo de la parábola, finalmente llegan al sí de la entrega total.

Gracias, Señor, por la vida de fe, de servicio y de mansedumbre de tantas personas, comunidades y familias que, a veces de modo ostensible, pero las más de las veces en el silencio que solo Tú ves, abren este mundo nuestro a la luz de tu misericordia.

Gracias, Señor, por los que nos han dejado -pienso en Padre Ronald Ferrero-, los que se van sumando y los que vendrán.

Gracias por los que, inspirados por tu Espíritu, se consagran cada día al servicio de sus hermanos en los diversos campos de la vida de nuestra sociedad civil y la función pública.

No nos es indiferente la suerte de la patria que amamos y a la que, movidos por la fe, intentamos servir para que se patria de justicia y fraternidad.

Gracias, Padre bueno, por el misterio de la Iglesia madre que es el hogar de nuestra fe, en la que encontramos, domingo tras domingo, el pan sabroso de tu Palabra, la Eucaristía y la comunión fraterna, el perdón y la reconciliación.

Junto con la acción de gracias, cada uno de nosotros seguramente también tiene en el corazón el peso de sus pecados, yerros y debilidades.

Es bueno que aprendamos a saborear el pan hecho con el llanto por nuestros pecados.

Sin embargo, no nos dejemos ahogar por ellos.

El Jubileo de la misericordia vuelve a recordarnos cómo trata Dios la fragilidad humana, con qué ojos la mira y nos mira.

Dejémonos alcanzar por esa mirada que conocieron, entre otros, la prostituta, Zaqueo y el buen ladrón.

Queridos hermanos y amigos:

Llega el merecido descanso. Nos espera un año 2016 también intenso.

Como María, también nosotrosDSC02004.JPG dispongámonos a repasar en nuestro corazón lo que Dios va haciendo crecer en nuestras vidas.

Pero también como ella, preparémonos a partir sin demora para salir al encuentro de quienes esperan a Jesús y su esperanza.

Nos bendiga la cruz de San Damián, cuyo paso hizo tanto bien por nuestra Iglesia, especialmente entre los jóvenes.

Así sea.