“El perdón es un regalo, una gracia de Dios, que está disponible para todos y es gratis. Nos hace bien perdonar. Nos llena de alegría. Es un favor que nos hacemos a nosotros mismos. Porque si estamos prisioneros de nuestra ira y rencor, no podemos ser felices, sino que sufrimos. El perdón nos trae la paz y nos hace libres para amar a todos, para pensar más en el presente y el mañana, en vez de quedar encerrados en el pasado”.
Navidad es un tiempo propicio para las buenas historias. Tolkien decía que las narraciones que son realmente buenas lo demuestran porque “encantan” a sus oyentes. Es decir: tienen esa virtud de fascinarnos, aunque más no sea por unos segundos, haciéndonos tomar por absolutamente reales, coherentes y verdaderas lo que, de otra manera, nos parecería lejano y extraño.
Las palabras que abren esta entrega navideña de “Más nuestro que el pan casero” son parte de una historia. Buena o no, lo juzgará el lector. Lo que sí se puede decir es que se trata de la historia dramática de una joven, su familia y su pueblo.
Se trata de Immaculée Ilibagiza. Hoy tiene 44 años y vive en Estados Unidos. Pero su país de origen es Ruanda. De familia católica, allí dejó a sus padres, hermanos y amigos, cuyas vidas fueron violentamente truncadas por la violencia étnica que asoló a ese país a principios de los noventa.
Se salvó porque su padre, advertido de la amenaza, la envió a la casa de un pastor protestante que la ocultó en un pequeño baño de su casa junto a otras siete mujeres. Permanecieron allí durante 91 días. Mientras tanto, un millón de ruandeses perecieron víctimas del odio que enfrentó a hutus y tutsis. Como en otras ocasiones, el mundo “civilizado” miró para otro lado.
En una ocasión, los violentos estuvieron a punto de entrar al baño en que se ocultaban. Pero no lo hicieron. Cuando se restableció la paz, Inmaculée no solo recuperó la libertad, sino que fue a la cárcel, buscó al asesino de su madre y le ofreció su perdón.
La experiencia de Inmaculée ha sido recogida en un libro de su autoría: “Sobrevivir para contarlo”. En una entrevista en su reciente visita a nuestro país, a la pregunta del periodista si era necesario un Jubileo de la Misericordia, Inmaculée responde:
“Muy necesario. Hay gente que no conoce la misericordia de Dios, que no conoce realmente a Jesús y que seguirlo nos hace mucho bien. El perdonó a todos … Cuando yo comencé a rezar el rosario en el baño, me salteaba una parte del «Padre nuestro», en la que habla de «perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros deudores». No podía rezarlo. El odio era más fuerte. Estaban matando a mi pueblo. Luego me di cuenta que no podía cambiar una oración que nos había dado el mismo Dios y, finalmente, logré perdonar meditando sobre Jesús en el Calvario, cuando dijo: «perdónalos, porque no saben lo que hacen». Allí está su infinita Misericordia”.
El perdón de Inmaculée a los asesinos de su familia está ahí. Es un hecho concreto, bien visible y palpable. Nos desafía. Cuestiona a fondo nuestras convicciones y actitudes más profundas.
Las buenas historias encantan porque dicen verdades que nos hacen mucho bien.
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