La Navidad del Jubileo de la Misericordia

natale3

Esta es la Navidad del Jubileo de la Misericordia.

Es inevitable, por tanto, que contemplemos al Niño Dios bajo el precioso prisma de la misericordia divina.

Allí en Belén, en ese niño que María acaba de dar a luz, envuelve en pañales y recuesta en el pesebre, aparece visiblemente la misericordia, la compasión y la ternura de Dios.

Dios ha querido dejarse ver por nosotros: “Porque la gracia de Dios -nos anuncia Pablo-, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”, (Tit 2,11).

*      *     *

Se ha viralizado en estos días un corto navideño de una conocida empresa británica que, cada año, para fechas significativas como ésta, da a conocer algunos videos de fuerte impacto.

Este que comento ha tenido veintitrés millones de visualizaciones en YouTube. Se llama: “The man on the moon” (El hombre en la luna: https://youtu.be/wuz2ILq4UeA).

Obviamente, es un relato de fantasía. Pero, justamente por eso, tiene una fuerza especial para decir algunas verdades bien reales.

Una niñita ve con su telescopio a un anciano que vive solo y triste en la luna. Ella lo ve, él no, porque no puede. No tiene cómo.

Como regalo de Navidad, la jovencita, conmovida por lo que ella sí ha visto, le hace llegar un largavista y, así, ambos pueden verse a los ojos no obstante la infinita distancia.

El corto termina con la frase: “En esta Navidad, muéstrale a alguien que lo amas”.

No tiene un contenido religioso explícito, es cierto. Pero cuando los seres humanos no cerramos la puerta a los sentimientos más puros y a las verdades más hondas, todo queda transparente a la Presencia de Dios.

*      *     *

El misterio de la Navidad nos habla de un Dios que ha querido hacerse ver visiblemente por su criatura más querida: el ser humano que, como aquel viejito del relato, está lejos y sin capacidad de mirarlo a los ojos.

Ha querido que nos dejáramos mirar por los ojos del Niño de Belén y que pudiéramos mirar a los ojos del divino Infante y, de esa manera, ha purificado nuestros propios ojos, volviendo más limpia nuestra mirada para ver la vida. Para verlo y reconocerlo, a Él, que es la fuente de la vida y la alegría.

El Dios eterno y omnipotente, providente, sabio y compasivo, ante cuyos ojos está patente todo lo que es, lo que era y lo que será, ha querido también vernos con ojos humanos de ese Niño que comienza a abrirse a la vida.

Así nos ha mostrado su amor, pero también nos ha indicado un camino a recorrer. Un camino de salvación y de paz.

Pensémoslo un poco.

El odio enceguece y encierra, ensimismándonos y enrareciendo el aire que respiramos. Todo se vuelve tóxico.

El que se ha dejado inocular el veneno del odio, la envidia, el rencor, la violencia o la venganza es, normalmente, un ser humano triste, solitario, gris. Un vagabundo que se arrastra por la vida, cuya única forma de relacionarse con los demás suele ser la agresión, el rebajar a los demás (el “bardeo”, como se dice ahora).

Solo ve enemigos, adversarios, traiciones y amenazas. Vive en la desconfianza que lo hace todo más pesado y difícil.

Pero: “un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado” (Is 9,6). Se ha hecho la luz.

Es la mirada pura y diáfana de este Niño la que rompe el clima enrarecido que enceguece al hombre. Eso es el pecado.

Es el Niño que María ofrece al mundo, y al que también contempla José, entre alegre y lleno de preguntas e incertidumbres.

Este año, me ha parecido oportuno entrar al pesebre de la mano precisamente de San José.

La tradición oriental de la Navidad suele representarlo, no como lo tenemos aquí en nuestro pesebre, sino como observándolo todo desde un segundo plano, con los ojos cerrados, la mano izquierda en el mentón, meditando, tratando de comprender lo que vive y las preguntas que se han disparado en su corazón de hombre justo, creyente y cabal.

Está aprendiendo a mirar al Niño y a su madre y, con esa mirada purificada, mirarlo todo desde ese Niño: las demás personas, la vida, los acontecimientos, las propias luchas, fracasos y caídas, la inminente persecución y exilio, la vida oculta de su hijo en Nazaret, su propia muerte.

Queridos hermanos y hermanas: Es Navidad. El Dios compasivo ha querido mirarnos con los ojos humanos de su Hijo nacido de María. Ha querido cruzar su mirada con la nuestra.

Dejémonos alcanzar por esa mirada salvadora de Jesús.

Aprendamos a mirarnos a los ojos y, con la fuerza de la misericordia, alejar de nosotros toda sombra de resentimiento o violencia.

Que San José nos enseñe a contemplar el misterio de Cristo y a mirar así al mundo, a los pobres, a los que esperan que nosotros seamos los ojos de la misericordia de Dios que corona a todos con su amor y su ternura.

Así sea.