Queridos amigos y hermanos:
En esta Navidad 2015 quisiera invitarlos a contemplar la figura de San José en el pesebre. Y, de su mano, entrar con él en el misterio siempre luminoso del nacimiento del Señor.
En la tradición del arte cristiano la figura de José se suele representar de dos maneras. Tal vez la más difundida es aquella que lo presenta de pie o de rodillas mirando con María al Niño recién nacido, envuelto en pañales y recostado en el pesebre. José mira, ora y adora el misterio de la Navidad.
En otra, menos conocida, se lo figura distante de María y del Niño, con la mano izquierda sosteniendo su cabeza, como quien mira y piensa, tal vez sin terminar de comprender del todo lo que vive. Parece indicar aquella silenciosa apertura interior que siempre es necesaria para escuchar la voz de Dios y abrirse al misterio de la vida. La imagen que acompaña este mensaje lo representa precisamente así. Es del padre jesuita Marco Rupnik, cuyos mosaicos y pinturas son notables -a mi criterio- por su modo de exponer el misterio cristiano: encantador por su sencillez, la profusión de colores y -algo propio del ícono- la transparencia con que nos abre a lo invisible.
Esta imagen sintoniza bien con lo que el evangelio de san Mateo nos dice sobre nuestro José. Al saber del embarazo de María, su prometida, José «que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto» (Mt 1,9). Sabemos bien cómo sigue todo aquello: apenas comienza a comprender que es Dios el que está obrando, sin pedir más, José obedece la Palabra y se pone en camino. Realmente, «hombre justo», porque abierto siempre a la novedad del Espíritu.
José es silencio que escucha y sabe esperar. Es, por eso mismo, un hombre realmente libre. Libre con esa costosa libertad que aprende a dejar espacio a la libertad de los otros, en este caso, a la de María y a la del Espíritu de Dios.
Pienso que la Iglesia, más que nunca en los tiempos que vivimos, ha de imitar al santo patriarca en su silencio que busca y escucha, y en su libertad que hace espacio a la libertad de los hombres.
¿Dónde está naciendo Dios ahora? ¿Cómo y en qué condiciones está viniendo a nuestro mundo? ¿En qué espacios de pobreza, de silencio y de vida hay que ir a buscarlo? ¿Dónde y cómo se está diciendo para nosotros hoy la Palabra de Dios que se ha hecho carne en Jesucristo?
Navidad es un acontecimiento insuperable. Como la cruz y la resurrección. El Verbo de Dios vino a nosotros y se hizo hombre para siempre. No hay vuelta atrás. Pero haciendo esto, el Dios amigo de la vida se ha involucrado con nuestra condición humana hasta hacerla suya de un modo tan misterioso como real.
Por eso, tenemos que estar siempre en búsqueda de su Rostro humano y divino. Siempre peregrinos detrás de sus huellas: ¿Dónde estás, Señor?
Navidad es el misterio de Dios que entra en la historia humana, en medio de la noche, haciendo lugar al amor de María, al estupor de José y a la adoración serena de los pastores. Hasta los animales tienen su lugar: también ellos, a su manera, son parte del misterio de la redención. También el cielo y sus estrellas. Todo el cosmos.
A Dios hay que buscarlo así entre los hombres y en lo vivo de su historia. Está donde están ellos, viviendo y muriendo, sufriendo y riendo; mando y peleando la vida. En la noche, en la pobreza, en la adoración de los pastores y en el canto de los ángeles que anuncian la paz de Dios al mundo.
José nos enseña a no ser tan rápidos para codificar y clasificar. Nos educa en esa virtud hoy tan urgente: el silencio que aprende a escuchar la voz de Dios, sin ahorrarse dudas, preguntas, ensayando respuestas y aprendiendo de los propios errores. Por eso mismo, es silencio que deja lugar a la libertad de Dios y de los hombres y, en ese dejar obrar, aprende también a dejarse sorprender. Aprende el estupor que nunca deja de maravillarse por lo que Dios le ofrece a través de los acontecimientos de la vida.
Eso sí: cuando ve por dónde va el Espíritu de Dios, se lanza sin reservas para cumplir lo que le ha sido revelado en sus sueños.
En Belén, José mira absorto el misterio de la ternura de Dios que María ha llevado en su vientre y que ofrece en Navidad a todos los hombres. Pienso que, después de contemplar así al Niño Dios, José lo ha tomado por primera vez en sus brazos de carpintero tratando de hacerle lugar en su corazón de varón justo y creyente.
Lo podemos imaginar conmovido, como lo hizo nuestro Daniel Salzano, en la letra inmortalizada por la increíble voz de Jairo: «Mirando las estampitas nadie puede imaginar que el esposo de María era capaz de llorar».
Así también nosotros miremos al Dios que nace en esta Navidad y busquémoslo entre nuestros hermanos, sobre todo en los más lejanos y abandonados.
Esta figura de José contemplativo es un precioso ícono que ilustra bien el camino pastoral de nuestra Iglesia diocesana en este Jubileo de la Misericordia.
No tengamos miedo a la libertad de Dios y a la libertad de sus hijos. Qué José y María nos lleven junto a Jesús.
¡Muy feliz Navidad para todos!
+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
25 de diciembre de 2015