DIOS QUE LLEGA – «Artículo en La Voz de San Justo» (13 de diciembre de 2015)

PADRE MISERICORDIOSOLas imágenes de Dios no son inocentes.

Muchas tradiciones religiosas -también la cristiana- suelen representar a Dios como un ojo que observa.

En su famosa Regla, San Benito le insiste al monje que, desde las primeras horas del alba hasta que se cierren sus ojos en el sueño, ha de sentirse bajo la mirada de Dios. Con esa conciencia debe encarar su vida.

Claro, si uno percibe esa mirada como la del juez implacable, la de un ma-níaco obsesivo o -peor aún- la del que oculta segundas intenciones, la vida puede llegar a convertirse en una verdadera tortura.

De ese Dios: ¡líbranos, Señor! Muchos ateísmos son negación de ese dios chiquito que es, en sí mismo, una negación de todo lo humano.

En cambio, si esa mirada es percibida como la de unos ojos sinceros y diá-fanos; los ojos del amor que ama, se ofrece y, de algún modo, queda como inerme ante la mirada del otro, la vida que surge de esta mirada luminosa será también radiante.

Esa mirada límpida es la que los creyentes reconocemos en los ojos de Je-sucristo, muerto y resucitado.

Los católicos hemos iniciado el domingo pasado la celebración anual del Adviento: cuatro semanas que anteceden y preparan la Navidad.

Adviento quiere decir: estamos a la espera del Dios que está viniendo, que es libertad que se ha puesto en camino para visitar a los hombres. Nuestro «Adviento» es Cristo que viene.

Por eso mismo, es un Dios que nos sorprende y a quien no podemos ma-nipular a nuestro antojo. Es tan libre como generoso en amar y, de esa manera, ser el garante de nuestra propia libertad.

La Biblia cristiana se cierra precisamente con esa imagen de Dios: «El que garantiza estas cosas afirma: «¡Sí, volveré pronto!». ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).

Las imágenes de Dios no son inocentes. Este Dios que está llegando es la que hace lugar a esa actitud tan típicamente cristiana que llamamos espe-ranza.

¡Ojo! Tampoco llamemos así a cualquier expectativa o deseo humano. Se trata de la «gran esperanza» capaz de mantenernos de pie incluso cuando todas las expectativas se caen.

Nuestra esperanza es Dios, el sumo Bien que contiene en sí todo lo que genuinamente puede ser llamado bueno y bello: la Vida.