San Francisco, 29 de noviembre de 2015
Primer Domingo de Adviento
A todos los fieles católicos
de la Diócesis de San Francisco.
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo 8 de diciembre, el Santo Padre Francisco abre la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en Roma. Da inicio así al Año Santo de la Misericordia.
El domingo 13 del mismo mes, a las 09:30 hs, tendrá lugar la celebración diocesana de apertura de la «Puerta de la Misericordia» en la Iglesia catedral de San Francisco.
La puerta de la misericordia de Dios está siempre abierta de par en par.
Esa puerta es Jesucristo. Él es el Buen Samaritano que se ha detenido ante la humanidad herida y se ha hecho cargo de ella. Él es el Pastor que ha salido a buscar la oveja perdida. La mayor alegría de Dios es coronar de amor y de ternura la fragilidad del ser humano. Dios es grande y fuerte, sobre todo, cuando perdona, cura, dignifica y resucita.
Nosotros que experimentamos cada día su amor entrañable y fiel somos invitados a tener sus mismos sentimientos. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de perdón, de gestos de reconciliación, de vencer la violencia con mansedumbre!
La Iglesia comparte los sentimientos de Jesús Buen Pastor. Por eso, el lema de este Año Jubilar es: «Misericordiosos como el Padre».
Cada comunidad cristiana (parroquia, colegio, grupo, asociación o movimiento) ha de ser, por tanto, un espacio generoso de misericordia.
Pidámosle al Señor ser una Iglesia diocesana reconciliada para poder ofrecer con el rostro límpido un testimonio alegre de la fuerza renovadora del perdón y de la misericordia. ¿Cómo podríamos ser testigos de la misericordia si en nuestra vida eclesial subsisten rivalidades, prejuicios, mezquindades, palabras y gestos duros y amenazantes? Toda la vida de nuestra diócesis ha de quedar involucrada en la celebración de la misericordia en este Año Jubilar.
En este sentido, quisiera destacar un aspecto importante: para marzo próximo esperamos tener lista la actualización de nuestro Plan de Pastoral. Puedo afirmar ya desde ahora, que su impulso fundamental coincide con el espíritu del Jubileo de la Misericordia: una Iglesia en salida, que confiesa alegremente su fe en Jesús el Buen Samaritano y que, por eso, se descubre llamada a estar cerca de la vida de todos, especialmente de los que sufren, para que puedan experimentar la entrañable misericordia que Dios en Jesucristo.
En el contexto de esta renovación de nuestro camino pastoral, querría invitarlos a vivir este Año Jubilar con especial creatividad. Para ello, acerco algunas orientaciones generales en torno a las tres dimensiones de la única misión pastoral de la Iglesia: anuncio, celebración y servicio.
Anunciar la Misericordia
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El anuncio de la Misericordia ha de estar especialmente en el centro de las tres formas básicas de ministerio profético: el primer anuncio (kerigma), la catequesis y la homilía. Seamos creativos para ofrecer, de acuerdo a nuestras posibilidades, momentos intensos y variados de reflexión (retiros, encuentros, jornadas), favoreciendo en estos espacios el encuentro personal con Jesús, pues nada sustituye esta experiencia fundante. El nuevo Servicio diocesano de espiritualidad apunta en esta dirección. Ya se están conociendo subsidios interesantes al respecto, entre los que destaco los del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización (PCNE). También la publicación de la Conferencia Episcopal Argentina.
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Tanto en homilías como en otras formas de anuncio de la Palabra será oportuno presentar con mayor profundidad el tema bíblico teológico de la Reconciliación y su proyección social y cultural.
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Recomiendo una renovada catequesis sobre el Sacramento de la Penitencia, siguiendo las sabias indicaciones del Catecismo de la Iglesia Católica (cf. CatIC 1422-1498). Los pastores podemos volver a estudiar las Prenotada del Ritual del Sacramento de la Penitencia, dedicando para ello alguna reunión del Decanato. Una renovada catequesis sobre las Indulgencias puede ser de gran utilidad como lo ha destacado el Papa Francisco.
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El nuevo Servicio diocesano de espiritualidad ha preparado un programa de retiros y otros espacios
de oración con el tema de fondo de la misericordia. Parroquias, movimientos y asociaciones pueden sumarse y completarlo en sus propios programas anuales.
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Siguiendo la oportuna indicación del Santo Padre, recomiendo una catequesis sobre las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. Uno de los subsidios del PCNE está dedicado a este rico tema bíblico espiritual.
Celebrar la Misericordia
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Todo el año litúrgico centrado en la Pascua es un canto de adoración y alabanza por la entrañable misericordia de nuestro Dios que nos ha visitado enviándonos a Jesucristo, su Hijo y nuestro Salvador. El ciclo Cuaresma-Pascua, las fiestas del Señor (Sagrado Corazón, la Transfiguración y la Exaltación de la Cruz) y las memorias de la Virgen y los santos en las fiestas patronales, son ocasiones preciosas para celebrar el misterio de la misericordia de Dios. Un relieve especial ha de tener la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor en vistas del Congreso Eucarístico Nacional en Tucumán en el Bicentenario de la Independencia.
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La celebración del Sacramento de la Reconciliación, especialmente en los tiempos litúrgicos fuertes y con una más rica proclamación de la Palabra de Dios que ilumina la vida.
Sugiero que se sigan difundiendo las Celebraciones penitenciales que trae el Ritual del Sacramento de la Reconciliación, a fin de ofrecer una catequesis más intensa sobre la misericordia y la dimensión eclesial y social del perdón. Incluso sin la celebración del sacramento, se trata de una buena ocasión para sanar vínculos lastimados tanto a nivel familiar como comunitario.
Como signo de la importancia de este sacramento, podría destacarse con una ornamentación noble y sencilla el lugar donde se celebra habitualmente el sacramento. Asimismo procuremos ofrecer siempre subsidios para una preparación más integral del sacramento, redescubriendo el sentido profundo del «examen de conciencia» que busca que pongamos toda la vida delante de la mirada misericordiosa de Dios, siendo muy concretos, pero también tratando de identificar las raíces más hondas de nuestros pecados. También debería ser habitual facilitar aquellos salmos de la Escritura que son útiles tanto para la preparación como para la acción de gracias. Buscamos poner delante del Dios compasivo nuestro corazón humilde y quebrantado para que Él lo pueda renovar: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro…».
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La peregrinación a un santuario es un signo característico de la celebración jubilar. Por sugerencia del Consejo presbiteral he determinado cuatro templos de nuestra diócesis como lugares significativos de peregrinación, a saber: 1) la Iglesia catedral; 2) el santuario de la «Virgencita» en la Villa Concepción; 3) el templo parroquial de Las Varillas y 4) el santuario de «Colonia Vignaud» bajo la mirada de la Auxiliadora.
Quisiera mencionar también aquí la hermosa iglesia de la Villa del Tránsito, recientemente afectada por un tornado, en la que se venera la querida imagen de la Virgen del Tránsito. Su fiesta reúne a muchos peregrinos -como Plaza Mercedes o Capilla del Carmen- y ha de ser un momento especial de renovación en este Año Jubilar.
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La recepción de las indulgencias es una de las gracias características del Jubileo. Las condiciones para acoger el don de las indulgencias para sí o para los difuntos son: a) la confesión sacramental; b) la participación en la Eucaristía y la comunión; c) la oración por las intenciones del Santo Padre. Establece el Papa Francisco: «Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo». De la misma manera, el Papa señala que la práctica de las obras de misericordia es también un espacio privilegiado para recibir el don del perdón y la indulgencia que Dios nos ofrece por medio de la Iglesia.
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Recuerdo además que, según el ordenamiento canónico vigente, se puede recibir la indulgencia en varias celebraciones ordinarias, entre otras, las fiestas patronales. Los enfermos, los que están privados de su libertad u otras personas impedidas pueden ganar también la Indulgencia, orando y uniendo sus sufrimientos a los de Cristo, peregrinando espiritualmente a los lugares santos, y, en el caso de los encarcelados, cada vez que cruzan la puerta de la capilla del penal o de su celda.
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Propongo que se difunda la Oración del Jubileo y que se la fomente tanto a nivel personal como en los diversos encuentros o reuniones de nuestra pastoral ordinaria. Puede ser rezada en todas las celebraciones eucarísticas del domingo.
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El subsidio «Novena patronal diocesana» es una valiosa herramienta pastoral. Este año, tendrá como temática las parábolas y el mensaje bíblico de la misericordia, con especial énfasis en las «obras espirituales y corporales de misericordia». La profundización de las mismas será un apoyo para quienes durante este Jubileo quieran ser testigos, en el silencio de la vida cotidiana, de la misericordia del Padre que abraza toda la vida humana allí donde se manifiesta su fragilidad, debilidad y límite.
Vivir y Servir la Misericordia
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La palabra del Papa Francisco nos orienta: «En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea… En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención». Sigue siendo muy fuerte la llamada a ser una Iglesia diocesana cercana a la vida de las personas en la situación concreta en que se encuentran. Por eso, un acento fundamental de todas nuestras acciones pastorales de anuncio, celebración y servicio es favorecer el encuentro personal entre nosotros. Nada puede sustituir el cara a cara: así se vive y transmite la fe que es, por encima de todo, un modo concreto de estar parado en la vida.
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Conozco y valoro la generosa tarea que ya realizan las comunidades con sus presbíteros, religiosos, religiosas y agentes laicos de pastoral acompañando a aquellas personas que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad: enfermos, ancianos, presos, discapacitados, niños y jóvenes en situación de riesgo, indigentes, marginados. Sin embargo, los invito a dar una renovación y fortalecimiento de esta tarea.
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Sugiero que, al iniciar el año, cada comunidad cristiana (parroquia, colegio, movimiento, grupo) identifique aquellas periferias que son especialmente desafiantes y que requerirían una atención particular. No todas tienen la misma urgencia o gravedad en una determinada comunidad. Tenemos que preguntarnos: ¿desde dónde nos está llamando el Señor que se identifica con los más pobres y vulnerables? El pobre es siempre sacramento de Cristo.
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Pienso especialmente en la integración y acogida de las personas con menores recursos que habitualmente son ayudados por nuestra Caritas Parroquial. En Evangelii Gaudium, el Papa Francisco constata que no siempre se ofrece una atención pastoral que acompañe su camino de fe. Incluso no siempre se experimentan parte viva o activa de la comunidad. Invito aquí a mirar la realidad de la propia comunidad y a buscar los caminos adecuados.
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Querría compartir también la preocupación por la «periferia» de la adicción que afecta lamentablemente cada vez a más personas de nuestras comunidades, especialmente a niños y jóvenes. Una presencia, una acción y una dedicación de mayor calidad en relación con este flagelo contemporáneo no puede estar ausente de una Iglesia «con los ojos abiertos». Incluso animo a promover un trabajo interinstitucional e interdisciplinar en las comunidades en los cuales esta problemática se haga sentir más.
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Pienso también en la posibilidad de fomentar, donde la situación lo requiera y sea factible, los diversos programas de ayuda a la niñez en situación en riesgo que hoy se están desarrollando en la sociedad. Igualmente, los ancianos y enfermos. En algunos casos, un trabajo conjunto entre Caritas, los trabajadores sociales de las localidades y los juzgados de paz locales puede ser de gran importancia.
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El reciente Sínodo nos ha llamado a salir al encuentro de todas las familias, pero de manera especial a llevar el consuelo de la misericordia divina a las familias heridas o que atraviesan alguna forma de dificultad. Es una de las opciones más importantes de nuestro Plan de Pastoral. Los invito a dar los pasos necesarios de integración y discernimiento para acompañar a las familias en su camino de encuentro con Cristo y una cada vez más plena participación en la vida de la familia eclesial.
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Finalmente dejo planteada la inquietud sobre la problemática de la mujer en situación de riesgo. La sociedad se va haciendo cada vez más consciente de la discriminación e incluso de la violencia de la que es objeto. Quizás sea oportuno pensar en instancias que respondan, desde nuestras posibilidades limitadas, a este signo de los tiempos.
Hasta aquí mis sugerencias. Todo Jubileo es una gracia de Dios para su Iglesia y, a través de ella, para la humanidad. Vivamos esta Año Santo de la Misericordia como un don de Dios que es, por eso, una ocasión preciosa para todos.
María, madre de misericordia, nos enseñe a entrar en el corazón de Jesús como ella mismo lo hizo. San Francisco y el Beato José Gabriel Brochero son también signos luminosos de lo que puede hacer la misericordia de Dios en la vida de una persona que se deja transformar por ella.
Los alcance a todos la misericordia, la ternura y la paz de Cristo.
Su obispo,
+ Sergio O. Buenanueva
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