Mauricio Macri es el nuevo presidente de Argentina.
Es solo eso: un ciudadano que ha sido elegido para la primera magistratura del país.
Gobernará cuatro años. Tal vez busque la reelección. Es sensato pensar esto. Lo prevé la Constitución que es el documento clave que tiene una sociedad para encontrar un terreno común de convergencia y de consensos compartidos.
¿Será mucho pedir que, así como ha de mejorarse el calendario electoral, también haya que pensar en limitar más la reelección del presidente?
Ya está el resultado del balotaje: Macri es nuestro nuevo presidente.
Sin embargo, nos haría muy bien reconocer que es solo el «ciudadano presidente».
No es un Mesías. Ese ya lo mandó Dios. Los cristianos creemos que es Jesucristo.
Los mesianismos políticos siempre terminan mal. Sofocan todo. Lo sabemos por dura experiencia.
Solo un presidente.
Afirmarlo no es minusvalorar su persona ni el rol que le ha investido la elección democrática, máxima expresión de la soberanía popular, principio fundamental de toda organización política.
Es identificar su gran fortaleza, pero también los límites que el poder no puede dejar de tener.
La democracia republicana es el sistema que mejor ha resuelto el problema del autoritarismo o de la tendencia que el poder tiene de absolutizarse convirtiéndose en un fin en sí mismo.
El poder es servicio.
Lo más importante es el «para qué» del poder.
El humanismo cristiano, en el que abreva buena parte de nuestra tradición política, señala con claridad ese «para qué»: el bien común de las personas, que son el sujeto, el centro y el fin de toda la vida social.
Y, en ese contexto, los más pobres. Un país como Argentina no puede dejar de pensarse desde el lugar de los que no tienen un lugar en la mesa común. Esa es nuestra mayor deuda social. Nos avergüenza pero nos estimula a trabajar duro para dignificar a todos los argentinos.
Por eso: primero la persona. A su servicio, el poder político. No al revés.
Decirle y recordarle a Macri que es solo el «ciudadano presidente» es un modo muy concreto de ayudarlo. Y de hacerlo en positivo. Sin rencor ni segundas intenciones.
Así como la sociedad civil logró que los dos candidatos del balotaje hicieran un debate público (con todos los límites que tuvo), así también la sociedad civil no debe resignar su rol de control sobre sus propios dirigentes.
Para que el presidente y las demás autoridades electas (nacionales, provinciales y municipales) sean lo que deben ser, deben tener como contra partida una sociedad civil activa, fuerte, decidida y muy comprometida con el bien común.
En ese marco, es necesario reconstituir el rol de los partidos políticos como espacios de participación y de formación de dirigentes.
Este proceso político da una lucecita de esperanza en esa dirección: que se recompongan las fuerzas políticas, con sus militancias, sus proyectos de país, sus valores y principios.
Un último deseo: la foto de Scioli y Macri juntos, reencontrándose después de la dura contienda, para pensar también juntos como, oficialismo y oposición, trabajan sin perder nada de lo que las distingue al servicio del bien común.
Esa foto la entenderíamos todos y llevaría mucha paz a los corazones.