¡Cómo deseamos que Cristo reine realmente en los corazones!
Es un anhelo que la Iglesia lleva muy dentro suyo. Es cierto que, a veces, está tan centrada en sí misma que este deseo de Cristo parece como languidecer e incluso desaparecer. Pero está ahí. No se puede ocultar.
Este deseo vive y renace en quienes, por pura misericordia divina, sienten la nostalgia del Señor en sus corazones y hasta en sus propios cuerpos. Son los profetas, los santos, los místicos, los que no pueden apagar el fuego que llevan dentro. De tanto en tanto, aparecen en el cuerpo de la Iglesia y renuevan su juventud, como el águila su plumaje, al decir del Salmo.
Hay momentos en la historia -tal vez este sea uno- que el horizonte aparece tan oscuro que ese deseo del Reinado de Cristo se vuelve perentorio. Aflora en el corazón, en los labios y en el rostro.
Como que el deseo del Padre nuestro: “Abba, ¡venga tu Reino!”, deja de ser una petición rutinaria, repetida casi por obligación, y se torna súplica angustiosa.
Es que, de tanto en tanto, saboreamos cuánta inhumanidad alberga la humanidad.
Es inhumano el odio, la injusticia y el deseo de venganza.
Es inhumana la pobreza material, física y visceral, no menos que la ausencia gris de sentido y, sobre todo, la de razones para la esperanza. Todo entonces se viene abajo.
Es inhumana la indiferencia al sufrimiento ajeno, pero también a la existencia del otro que está a mi lado.
Es inhumana la crueldad de la guerra, el rostro y el corazón de los violentos, la mueca del cínico.
Y podríamos seguir hasta el infinito…
Cristo Rey y su reinado es todo lo contrario.
“Mi realeza no es de este mundo”, le dice Jesús a Pilato. Escena tremenda del Evangelio.
Y añade: “Soy Rey. Para eso he venido: para dar testimonio de la Verdad”.
Cristo es Rey diciendo y haciendo la Verdad.
Traduzco: humanizando la humanidad.
Reina Cristo si en el hombre hay una revolución de humanidad, de plenitud de libertad y de vida.
Este es el reinado que hoy celebramos, concluyendo un nuevo ciclo litúrgico, mirando más el futuro que el pasado, ardiendo en libertad y en esperanza.
Sí. Cristo es Rey.